miércoles, 11 de noviembre de 2009

Los peligros de quien osa reinar en solitario


Marte desarmado por Venus y las Gracias
(1824)
Jacques-Louis David
(París, 1748 - Bruselas, 1825)

El gran comendador de Besarabia

Jerjes está solo en su cámara de palacio.
Ahora se han ido los días de las hetairas,
la juventud de sus ojos, el vino y la fuerza
de sus brazos. Cavila en silencio y contempla.
Ve que en otros imperios hay la misma sustancia
en las maniobras de gobierno. Diferentes tácticas,
distintos nombres, siempre opresión de principales.

Jerjes I en un bajorrelieve de Persépolis (S. V a. C.)

Eso es todo. Jerjes no se inmuta. Afuera
hay gente que está rumoreando: su estado
de salud se debilita. Estatuas victoriosas
conmemoran sus guerras con los frigios. Perdió hombres,
pero obtuvo recompensas. Saqueó Tarquinia
y navegó por Rodas. Llegó a Chipre y Creta.
En todas partes del Occidente era temido
y hasta las tierras orientales su fama llega.

Cámaras reales del palacio de Cnossos en Creta
(construidas alrededor del año 2.000 a. C.)

Comprendió desde muy joven la brutal fortaleza
del reinado. Sorteó los peligros, enfrentó
empresas irrealizables, su puño blandió
adargas y sables. Nada le satisfizo mucho,
por lo menos no perdurablemente. La euforia
de vencer la celebró en orgías con bacantes,
pero tras las ebriedades proseguían las náuseas,
y tras de los orgasmos, la desesperanza. Mientras
su cuerpo fue ágil nada pesaba de lo que hizo.

Bacante sobre una pantera
(1855)
William-Adolphe Bouguereau
(La Rochelle, 1825 - 1905)


Ahora piensa. Su organismo es extensión
de un cerebro que yace inmóvil en la cama.
Los ricos saben que no se puede comer dinero,
el dinero sabe que es suplantación de cosas,
un valor simbólico que representa esfuerzo.

Él combatió a brazo partido y siempre dio la cara
en las reyertas del frente a riesgo de morir con saña.
Fue su forma de sustentarse. Siempre en la pelea
y cuando no, recibiendo honores o dando órdenes.


Máscara de oro de Tutankhamón
(Siglo XIV a. C.)

Jerjes no sabe qué pasará de hoy en adelante
y se equivocan los sabios que así conjeturan.
No hace falta conocer los detalles, los hechos
concretos, para prever que el mundo seguirá
siendo como era antes, aun cuando todo cambia.

Habrá otro hombre fuerte, hará su demagogia,
se parapetará tras un consejo de notables
y conseguirá hacer creer a sus seguidores
que ellos encarnan, al elegirlo, los que mandan.


Jerjes I bajo un parasol sujeto por dos esclavos en Persépolis
(Siglo V a. C.)


Les hará juramentarse por una bandera
como la que dentro de poco envolverá
su cadáver en exequias fúnebres. Será
ésta o cualquiera otra, con unos colores
distintivos cualesquiera. La insensatez
de la masa necesita, como las hormigas,
proseguir conductas pautadas por tradiciones.

Vendrán estallidos revolucionarios con promesas
de mejoras y cambios que cristalizarán tan sólo
en nuevos jefes. Se utilizará la propaganda,
los servicios secretos con torturas y espionaje,
los sobornos a los rivales temibles para dividirlos,
las ejecuciones encubiertas del rival, la opresión
sobre los débiles en un sempiterno ciclo rotatorio,
la eliminación de la competencia, la silenciación
de las atrocidades, la maquinación de las conveniencias,
los afanes de lucro infinito, perversiones jurídicas,
las concupiscencias privadas y las hipocresías públicas,
la tergiversación histórica, como la oscilación
de los valores morales en la manipulación de modas.


Ulises resistiéndose a los cantos de las sirenas
Leon Auguste Adolphe Belly
(Francia, 1827 - 1877)


Jerjes alarga su mano trémula. Trata de alcanzar
una vasija de agua que comienza a besar su labio,
el mismo líquido elemento donde se dio el inicio
a la lucha por la existencia hace millones de años.

Su causa individual está perdida. Su aportación
fue escasa en contraste con lo que obtuvo de la tierra.
Le tiemblan los dedos que en sus tiempos no vacilaron
en cortar cabezas y empalarlas. Deja ruines bastardos
entre los de su descendencia que lucharán por apropiarse
del trono hereditario. Se convulsiona y una mueca
de horror le deforma el rostro: lo están apuñalando.

El dolor de Andrómaca junto a su marido Héctor
(1783)
Jacques-Louis David

2 comentarios:

  1. Monsieur, genial! Me ha gustado mucho su escrito. Ha echado usted el resto, como quien dice.
    Y veo que ha elegido como punto de partida a un personaje incluso mas antiguo que usted y demas contemporaneos de Ausgusto!
    Su final de hoy es apoteosico, monsieur, enhorabuena.

    Buenas noches

    Bisous

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  2. Por mucho que lo intente, jamás estaré a su altura, madame. Jamás seré digno de vuesa merced.

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