lunes, 18 de enero de 2010

El general que quiso llegar hasta el fin del mundo


Alejandro III de Macedonia
(Pella, 356 a. C. - Babilonia, 323 a. C.)
Estatua del siglo III a. C.
(Museo Arqueológico de Estambul)

LLEGAMOS, VIVIMOS Y NOS DEJAMOS

Las galaxias se alejan unas de otras, el sol está enfriándose, los continentes se desgajaron formando océanos entre ellos, los abrazos terminan por distanciarse, las parejas acaban deshaciéndose, el envejecimiento nos va desprendiendo el élan vital de nosotros mismos. Entre la muerte de Alejandro Magno y su querido Hefestión medió la distancia de un año y el espacio irreductible que va desde Ecbatana hasta Babilonia. Cuando el macedonio partió de Pella no sabía que jamás vería otra vez a su madre Olimpia ni a su hermano subnormal Arrideo.

Busto de Alejandro Magno
(Gliptoteca de Carlsberg)

Cada hombre se siente el centro del mundo y el hijo de Filipo II quería dominarlo por entero. Consultó el oráculo del oasis de Siwah en el desierto libio y la adulación, o el temor del sacerdote oficiante, le dijo que su padre era Zeus, por lo que heredaría todo el orbe conocido. Lo primero que hizo en la península de Anatolia fue poner los pies en la ciudad de Troya, allí donde Homero cantó las gestas de Aquiles. Sitió las ciudades de Tiro, Gaza y Halicarnaso, focos de resistencia castigados después con envilecedora dureza. La ciudad griega de Tebas ya supo del terror alejandrino al verse saqueada y destruida, amén de sometidos sus habitantes a la esclavitud por haber osado rebelarse contra la hegemonía del autócrata que se hizo elegir jefe de la Liga de Corinto.

"Alejandro en el templo de Jerusalén"
Sebastiano Conca
(Gaeta, 1680 - Nápoles, 1764)

La extensa trayectoria del recorrido que va desde la falda de los Balcanes hasta el río Hidaspes, afluente del Indo, ha fascinado desde siempre a profanos e historiadores. El escritor latino Diodoro Sículo, apellidado así por ser de Sicilia, le acusó de saber vencer pero no aprovechar las victorias. Alejandro lo hubiera ensartado con su espada como hizo con Clito el Negro, preso de la ira por haberse atrevido a recordarle los versos de Eurípides en los que el dramaturgo griego nos advierte que las batallas las ganan las tropas y no los cabecillas en solitario. El jinete bucefálico ansiaba hollar los confines del universo terrestre porque se tenía por el monarca de todo lo existente. Superó a Darío Codomano con la táctica de atacar con su caballería tesalia de élite yendo directo a por el líder de las fuerzas enemigas. Al gigantesco rey Poro del Punjab indostánico no le valieron los elefantes, como a Darío III tampoco las guadañas adosadas en las ruedas de los carros de combate, pues el descendiente de Hércules ordenó abrir filas a sus soldados de infantería que integraban falanges con lanzas o sarisas de cinco metros de largo.

"Alejandro Magno y el rey Poro"
(1673)
Charles Le Brun
(París, 1619 - 1690)

Su padre casaba con princesas de países limítrofes para evitar la constante amenaza de invasiones por parte de ejércitos fronterizos tracios, escitas o ilirios. Hasta siete esposas llegaron a convivir juntas en la corte real de Filipo II, quien obtuvo el poder tras el asesinato que fulminó a su hermano Pérdicas III. El proyecto de invadir el imperio persa era suyo, sólo que a su vez también fue asesinado antes de poder materializarlo. En la Hélade las tribus bárbaras del norte, que iban llegando por oleadas desde los tiempos de los invasores aqueos y dorios, iban imponiéndose a las asentadas anteriormente. Los rudos pastores de las llanuras fértiles de Macedonia fueron los últimos salvajes aguerridos que se impusieron gracias a la filípica victoria de Queronea y a la de Antípatro sobre Argesilao, el viejo rey de Esparta. Alejandro ordenó matar al curtido general que había dejado al cuidado de Macedonia, pero al mismo tiempo Antípatro, que conocía las intrigas de palacio y era ambicioso, se defendió atacando: urdió un plan para envenenarlo enviándole un tósigo secreto que debía escanciarle en una copa de oro el fiel sirviente Yolao. Antípatro había apoyado a Alejandro para obtener el trono frente a las pretensiones de otros nobles con tanta sangre real como la suya. Tanta amistad acabó con el intento mutuo de eliminarse. Como se ve, no hay uniones que no se destruyan. La lección de la historia vuelve a ser que los hombres no son dignos de confianza. Somos lobos asesinos camuflados de corderos sociables. O al menos, así pensaban Plauto y Hobbes.

Monumento dedicado al gran Alejandro en su tierra natal de Macedonia, concretamente en la ciudad de Stip

3 comentarios:

  1. Tu espacio un jardín de letras y sentimientos que alegran el alma,
    Mi alegría visitarlo y comprobar su belleza.

    Gracias por compartir.

    Cálido abrazo.

    ResponderEliminar
  2. Es la soledad del poder.

    Precisamente por las conspiraciones y traiciones por las que cuanto más poderoso se es más solo se está.



    John W.

    ResponderEliminar
  3. !Alejando! vivir rápido, morir jóven, como Aquiles, así fue Alejandro y nos dejó un bello cadáver.
    ¿Dónde duermes Alejandro? ¿En Egipto? ¿Por qué, Octavio o César que al parecer vieron tu tumba, no nos señalaron el lugar preciso donde ir ahora, aún hoy, a venerarte?
    Nunca me cansa la história de ese joven que todo lo consiguió o todo lo quiso, señalado de los dioses, se creyó dios pero los que le acompañaban no eran dioses, se equivocó, al parecer no existen los dioses. !Salves amigo! natalí

    ResponderEliminar