AYERES, ADIOSES, AUSENCIAS
Yo tenía un balón con las costuras rotas, unos pantalones cortos zurcidos y el sueño de marcar un gol al cancerbero que a las puertas de la muerte nos espera. Una maleta con olor a pegamento y goma de borrar con la que ir a la escuela. Una calle con amigos en común para ir al parque a jugar con la tierra. Una máquina de escribir “Stadler” a la que se le trababan las teclas. Un álbum con cromos de futbolistas y otro con animales de la sabana y la selva. Unas ventanas por las que salía música popular y el olor a comida caliente recién hecha.
Tenía también una bicicleta que me robaron los de una pandilla rival tras una pelea. Dibujos animados de un pájaro carpintero, un conejo de la suerte, una hormiga atómica y el gato Félix, todos en blanco y negro. Unas canciones para bailar en discos sencillos que compraba al exiguo precio de cinco pesetas. Un reproductor de cintas para grabar los éxitos del verano que programaban en la emisora de “Radio Ecca”. Mi Fellini, mi Lennon, mis Cruyff, Marcial, Asensi, Rexach, un carnet de la Unión Deportiva y otro de una biblioteca de préstamo. Una lámpara para estudiar, porque el mañana algún día llega. Una caja de compases, un bote con tinta china y un juego de reglas. La norma de no pisar las flores y la ilusión de poder bailar, por fin juntos, los chicos y las chicas en discotecas y verbenas, como aquel místico que soñó con traspasar los fuertes y las fronteras.
Yo viví bajo la dictadura gris en la era remota de la infancia primera. Asistí a los nodos en las sesiones de cine masticando palomitas de maíz, golosinas de chocolate y chicles con sabor a doble menta. Hasta heredé un reloj con cadena de mi abuelo moribundo. Sí, yo también acariciaba escribir, de un tirón, el libro de poesías más hermosas del planeta.
Represento aquí a Joaquín Sabina, lo parodio porque es el mejor cantautor de los juglares urbanícolas, ésos que se abren camino sin codazos, zancadillas, ni pasan por encima de nadie en las junglas del asfalto: sólo a fuerza de canciones honestas. Este artículo de opinión se lo debo por entero a su labor de cantante o trovador ambulante de las humanas miserias. Al igual que él, yo tampoco sabía que la juventud duraba unas ráfagas veloces. Incluso me reía de los carpe diem que hace cinco siglos componía Garcilaso de la Vega, y una centuria después, Luis de Góngora y Argote.
Joaquín Sabina
Me libré de los mil y un accidentes en que pude verme involucrado por agua, mar y aire, como el de aquel avión que se desplomó en el Monte de la Esperanza apenas llegué para estudiar en la ciudad de los adelantados, la antigua Aguere, en su universidad de San Fernando de La Laguna. No estuve desayunando en el restaurante “Windows on the world” un 11 de septiembre nefasto, ni me bajé en la estación de Atocha en Madrid pasados justamente dos años y medio. No crecí en la ciudad de Grozni, hoy zona cero arrasada por el ejército ruso a las órdenes de Vladimir Putin; ni nací mujer, y por tanto no padecí el riesgo de morir víctima de la violencia de género practicada por algún monstruo masculino poseído por la sed de venganza o un odio injustificable.
Vista panorámica desde el restaurante "Windows on the world"
Nunca supe cantar por entero "La Internacional", pero sí leí el Manifiesto Comunista o al ácrata Malatesta. No fui pasajero del Titanic en su viaje primero y último del 15 de abril de 1912, así como tampoco ciudadano de San Francisco cuando la arrasó un terremoto el 18 del mismo mes, en 1906. Hace tanto tiempo de todo, que a duras penas conservo el frío lejano de la distancia que se agranda y desparrama por los glaciares de mi memoria.
"Il Quarto Stato"
(El Cuarto Estado)
(1901)
Giuseppe Pellizza da Volpedo
(Volpedo, 1868 - 1907)
Hoy vivo en un escondite de hogar, refugiado entre libros que representan y vivifican a los muertos que los escribieron. Aquí tengo a mi Borges, Asimov, Martí, Laercio o Monterroso. A mi Pessoa, Hemingway, Brodsky, Zweig o Herodoto. A mi Ciorán, Tácito, Lovecraft, Montaigne o Séneca. Nunca supe escribir como ellos las páginas que suscitan el amor por la lectura pero, a pesar de todo, no arrío la bandera: porque no hay que rendirse nunca en las batallas de la pasión y el espíritu, aquéllas propias del corazón y la cabeza, pues son las de toda una vida volcada en la literatura entera.
(Fragmento extraído del libro Porque el tiempo fluye veloz, Las Palmas de Gran Canaria, 2010, Gráficas Atlanta, 431 págs.)
impresionente andres,demuestras todo lo que tu eres,lo humilde que eres,lo buena persona que tambien te considero,y sobre todo,capaz de captar lo que se mueve en estos aires.
ResponderEliminar