jueves, 8 de enero de 2009

Un escritor minoritario

Robert Walser (Biel, 1878 - Herisau, 1956) fue un escritor fracasado que, como suele ocurrir tantas veces, se ha venido a revalorizar después de muerto. Quiso ser actor y fue rechazado por no tener duende. Lo intentó como novelista, pero de su primer libro, Los cuadernos de Fritz Kocher, sólo vendió 47 ejemplares. De sus dos libros posteriores Los hermanos Tanner y Jacob von Gunten, lo mejor que puede decirse es que fueron apreciados por dos contemporáneos suyos: Hermann Hesse y Franz Kafka. Es decir, la ecuación maldita: éxito de crítica = fracaso en ventas.
Era el penúltimo de ocho hijos que no dejaron descendencia. Su padre tenía una papelería donde también se vendían juguetes. La madre dio muestras de inestabilidad mental que de algún modo heredaron algunos de sus retoños: uno se suicidó y otros dos fueron recluidos en un manicomio. Uno de los dos fue el propio Robert.
Fue un gran paseante y nómada al que no importaba caminar durante horas. De hecho escribió que el hombre debía cambiar de paisaje para no embrutecer su sensibilidad o adocenar su espíritu. Hizo gala de una modestia auténtica señalando que para ser feliz sólo necesitaba "una pradera, un bosque y unas cuantas casas apacibles" a la vista. Llegó a casarse con una anciana rica para que le financiara su vida de contemplación meditativa, pero el matrimonio por interés apenas le duró tres años (por fallecimiento de la señora), con lo que tuvo que replantearse qué hacer. Pensó que la novela no era lo suyo y se dedicó al relato y las reflexiones cortas, el artículo periodístico y la poesía. En esta prosa de madurez quizá esté lo más interesante de su obra.
Hacia el final de sus días fue perdiendo la cordura hasta ser internado en dos sanatorios. Por último escribía sólo notitas breves en cualquier tipo de papel: recibos, telegramas, sobres, servilletas, calendarios, etc. Es lo que se conoce como los "microgramas walserianos". En ellos despunta la sutilidad y apunta la demencia. Empieza a padecer chifladurías, extravagancias y alucinaciones auditivas que entonces ya se diagnosticaban como esquizofrenia. A veces aullaba en las noches y un amanecer trató de quitarse la vida. Muertos sus padres, fue una hermana mayor quien lo recluyó en el sanatorio mental de Waldau. A partir de 1933 lo trasladan al de Herisau y su mente deja de producir escritura por completo. Murió tras un paseo por la nieve el día de los inocentes del mes de diciembre de 1956, presumiblemente de un paro cardiaco. Se conserva una foto suya donde apoya la mano derecha sobre el corazón, tumbado sobre un manto blanco e impecablemente vestido de negro. Curiosamente, un personaje de su novela Los hermanos Tanner había muerto de la misma forma, con lo cual se cumplió una vez más la máxima de que la realidad imita al arte.
Habiendo transcurrido gran parte de su existencia en la pobreza, se entiende que escribiera esta perla de sabiduría: "Si tu corazón late despacio, tu choza se convierte en un palacio". En efecto, hay hombres infelices por la inquietud y las preocupaciones que les provocan sus riquezas.
Me gustaría insertar aquí un fragmento escogido de su producción literaria. Pertenece al libro La habitación del poeta editado por Siruela el año 2005 en traducción de Juan de Sola Llovet:
El escritor

"El escritor escribe sobre lo que siente, oye y ve, o sobre lo que se le ocurre. Tiene por lo general muchas ideas nimias que no puede en absoluto utilizar, hecho que a menudo lo desespera. (...) El supuestamente alegre oficio de escritor puede ser muy penoso, en ocasiones muy aburrido, muchas veces incluso peligroso. (...) El escritor como Dios manda es alguien que está al acecho, un cazador, alguien armado con escopeta, que busca y encuentra, una especie, en definitiva, de ojo de halcón que vive permanentemente a la caza. Acecha los acontecimientos, persigue las rarezas del mundo, busca lo extraordinario y verdadero, y aguza los oídos cuando cree oír el ruido que anuncia la llegada de nuevas sensaciones. Está siempre a punto, siempre dispuesto a atacar por sorpresa (...) con su afilada pluma, impregnada del terrible veneno que es el don de la observación. (....) En todo momento y a la mínima ocasión ha metido su ávida nariz en todo cuanto ha podido, y lo cierto es que no deja de husmear. (...) Un escritor no lo sabe todo (...) pero de todo sabe algo. (...) Se ocupa de todo cuanto hay de interesante y digno de ser aprendido en el mundo, y alberga el firme convencimiento de que es provechoso para él y los demás. Si experimenta, por pequeño que sea, un enriquecimiento interior, se siente obligado a verter al papel este incremento. (...) Le parece inicuo ir acumulando experiencias sin compartir algunas con el resto de los mortales. (...) ¿Qué hombre, en este siglo de hedonismo y arribismo, se siente servidor de la humanidad, solícito amigo de los pobres, si no el escritor? (...) Al escritor se lo suele tildar en vida de personaje ridículo; sea como fuere, es siempre una sombra, está siempre aparte, sólo es importante cuando escribe sin descanso, es decir, a escondidas. (...) Entre humillaciones y privaciones de toda clase aprendió el ejercicio de la modestia. (...) Todo lo vive para sus adentros. (...) Para él existe una sola religión, un solo sentimiento, una sola manera de concebir el mundo: refugiarse cual amante, con cuidado, en la forma de pensar, en los sentimientos y en la religión de otras personas, si no de todas. Se olvida a sí mismo cada vez que escribe la primera palabra, y cuando ha dado forma a la primera frase no quiere saber nada de sí."

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