martes, 6 de enero de 2009

Mi padre y yo tal como fuimos




Andrés González Domínguez (1930-2004)

Mi padre enfermó de neumonía sobre la cubierta de un barco
donde iba para poder contemplar Ibiza y Mallorca. Me trajo
un pequeño diccionario de catalán que le había solicitado
porque era riguroso en su firmeza, y si me daba su palabra,
era un asunto cumplido. Mi padre fue a buscarme al colegio
algunas veces por sorpresa. Recuerdo la expresión de su sonrisa,
el ufano orgullo por saber que con mis notas estaba cumpliendo.

Yo di saltos sobre el vientre de mi padre cuando aún era un niño
y me abracé a su torso llorando, diciéndole que no moriría.

Mi padre era recio y recto conmigo, me hizo conocer el valor
del trabajo y la penitencia de la perseverancia sin desmayo.

Mi padre era constante. Madrugaba, tenía la obsesión labriega
por ver rebrotar las mieses en todas las cosechas anuales. Creía
que de la misma manera que la vida vuelve a surgir con la siembra,
él nunca desaparecería. La voz paterna no puedo olvidarla.

Pienso todos los días en él, me sobrevienen visiones suyas.
Era mi protector, pese a que hacía mucho que yo solo me defendía.

Mi padre se fue de una forma repentina. Conservo los zapatos
y el pantalón sobre la cama en el mismo sitio que los dejó
al cambiarse de ropa. A veces me siento a su lado y aguardo
paciente a que vuelva. La camisa conserva las señales de tierra
de su reciente tarea y siento que quiero reprocharle su tardanza.

No volverá. Ha hecho el último viaje. Me dejó solo por completo.
Reviso las fotos en que estamos juntos. Parece como si su rostro
lo hubieran superpuesto con truco, como si se lo hubieran inventado
las artes quinésicas de un dios que lo arrebató de otro mundo.

Sé cuando fue la última vez que le di un beso, pero no un abrazo.
Siendo ya cadáver le apreté la mano y atiné a besarle
la frente. Tenía los ojos cerrados, como dormido. Los aqueos solían
poner una moneda en la boca de los difuntos para que abonaran
el tránsito por la laguna oscura después de ser incinerados.

Mi padre no será reducido a cenizas porque despertará un día
en que volverá para comer juntos otro picnic, beber entre risas
y bromas, bañarse conmigo en las playas de Gran Canaria, Lanzarote
y Fuerteventura, recorrer la plaza del Charco en el Puerto de la Cruz
y regresar a casa, que mañana habrá otro día de trabajo duro.

Mi padre no ha muerto, porque lo que se quiere no desfallece nunca.


(Del libro Breviario de fervores y rechazos, Madrid, Edición Personal, 2006).


1 comentario:

  1. hola andres, soy lorenzo,decirte que tenemos algo en comun, que no necesitalos mucho para poder vivir y eso hoy es una virtud.
    Decirte que tu padre ha sido para la vida lo mismo que el canal de panama y las piramides de egipto para la ingenieria ,ago increible.
    muchos saludos

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